Cubanos escondidos en la selva hondureña

Cubanos varados en la selva hondureña no pierden la esperanza de llegar a EEUU.

Varados en su ruta hacia el “sueño americano”

LA HABANA, Cuba.- Las selvas de varios países de Latinoamérica ha sido su hogar durante muchos meses. Demasiado es lo que han sacrificado al salir de la isla en busca de su “sueño americano”. Prefieren seguir desafiando a la muerte antes que regresar, por lo que rendirse no está en sus planes.

Así lo afirma Leisy Yoania Zayas Basan Canales, una de las tantas cubanas que anda arriesgando su vida en busca de la libertad. Atraviesa esos aterradores bosques acompañada de un variado grupo de 23 personas de diferentes nacionalidades.

Es camagüeyana, tiene 39 años de edad y es graduada de Contabilidad. Asegura que ha dejado parte de su vida en la isla, pues salió desde enero rumbo a Guyana, pero para lograrlo tuvo que sacrificarse y dejar atrás a sus dos pequeños.

En Guyana, según contó vía telefónica a CubaNet, estuvo poco tiempo. Días después de su llegada se trasladó a Brasil y luego continuó hacia Perú. Allí su estancia fue un poco más larga, su idea era hacer papeles y obtener un estatus legal en ese país.

Cubanos varados en la selva hondureña no pierden la esperanza de llegar a EEUU.

Cubanos varados en la selva hondureña no pierden la esperanza de llegar a EEUU.

“Intenté hacer papeles pero no me dieron oportunidad alguna, por lo que comencé a trabajar, ilegalmente por supuesto. Pude reunir algún dinero y seguí mi camino hacia los Estados Unidos que es mi meta final; la idea de estar con mis hijos me da fuerzas y me calma la desesperación”, apunta.

Continúa contando qua a partir de ese momento la trayectoria resultó ser mucho más difícil, con muchos peligros. Atravesó varias selvas, cruzó ríos crecidos y subió montañas. Además de que en varias ocasiones tuvo que escabullirse en los montes para evadir a los guardias de los diferentes países por donde pasó, hasta llegar a Honduras, donde se encuentra actualmente.

“El hambre es lo que más nos golpea por esos montes. Apenas podemos comer una vez al día, y caminamos hasta 12 y 15 horas diarias sin parar, incluso a veces botamos alimentos por el camino porque las energías no te dan para cargar nada, hasta una aguja te pesa como mil kilogramos”, señala.

Grupo de migrantes en la selva.

Grupo de migrantes en la selva.

Relata que han demorado hasta siete días atravesando las selvas, las cuales, en su mayoría, están plagadas de lomas que les ha tomado hasta tres horas para llegar a la cima.

“En estos lugares llueve casi todos los días, lo cual produce mucho lodo, así que obligatoriamente hay que subir casi gateando, pero además, es muy peligroso porque hay barrancos inmensos y si te caes pereces”, afirmó.

Destaca Yoania que también han atravesado incontables ríos, tomados de las manos para evitar que la fuerza de la corriente se los lleve.

“Somos un grupo variado, compuesto por cubanos, hindúes, nepalíes y alguna otra nación, pero nos ayudamos unos a los otros porque si alguien se suelta se lo lleva el agua y adiós”.

Lo han dejado claro: prefieren morir en la selva que regresar a Cuba.

Lo han dejado claro: prefieren morir en la selva que regresar a Cuba.

Refleja que además han tenido que escalar por pedacitos de piedras, que una vez pasados, no pueden creerse que lo han logrado “Hablamos de pedacitos donde apenas no puedes ni poner el pie y casi no tienes ni de dónde agarrarte”.

El peligro de ser atrapados por atracadores es algo con lo que también han tenido que lidiar; pandillas que roban todo y violan a las mujeres, pero que además si los dejan vivir es por pura suerte.

Así mismo agrega que por estos lares existen animales muy peligrosos, como las serpientes venenosas que aparecen por todos lados. “Una mordida podría ser mortal”, advierte.

Yoania manifiesta que en su caso particular salió de la isla producto del estrés y la obstinación que le produjo el constante asedio a su negocio y el posterior cierre por parte de las autoridades.

Ella era dueña de una cafetería donde ofertaba alimentos ligeros, este era su único sustento para mantener a sus dos hijos y su esposo, que sufría de un infarto cerebral, sin embargo, esto no fue tenido en cuenta por las autoridades pertinentes para multarla y cerrarle su local por algunas deficiencias, denominadas por ella como simples para una medida tan radical.

“Me cansé de las injusticias de las cuales somos víctimas constantemente los cubanos, por eso salí corriendo de Cuba a lo que sea, todo por el bienestar de mis hijos, y ojalá no me cojan antes de llegar a Estados Unidos porque si no todo este sacrificio habrá sido en vano’’.

José Antonio Galindo Bueno es otro de los integrantes de ese variado grupo que sueña con llegar al norte. También residía en Camagüey, específicamente en el municipio de florida. Casi logra graduarse de ingeniero industrial, pero tuvo que abandonar su cerrera en tercer año, luego de que su esposa quedara embarazada.

Su historia también comenzó en Guyana, donde logró arribar gracias a la venta de su vivienda. A diferencia de Yoania, fue allí donde comenzaron sus primeros tropiezos. Al llegar a ese país se encontró con la triste noticia de que su equipaje no aparecía. No le quedó otro remedio que continuar viaje sin sus pertenencias, pues no podía darse el lujo de esperar para reclamar, ya que le tomaría muchos días.

Yoania y José Antonio.

Yoania y José Antonio.

Describe que así mismo continuó hacia Brasil y después a Perú, donde hizo una larga estancia pues se quedó sin dinero para continuar.

“Comencé a trabajar en un hotel, primero en el área de la carpeta y después en mantenimiento, donde me pagaban alrededor de 10 dólares diarios. Como sabían que necesitaba el trabajo y como yo laboraba allí de manera ilegal, me hicieron cosas horrendas, fui víctima de muchos abusos, incluso a veces ni me pagaban”, declara.

Luego de muchos meses reuniendo pudo juntar algún dinero, se unió a este grupo y continuó viaje.

Comenta que al tercer día de viaje por la selva, justamente en una intersección de dos ríos conocido como dos bocas, tropezaron con una cuadrilla de ladrones, quienes, define José Antonio, estaban armados hasta los dientes.

“Estaban acostados en la orilla, cuando nos vieron, le preguntaron al indio que nos guiaba si alguno de nosotros era cubano, a lo que este le respondió que no con el fin de protegernos, pero aquello no sirvió de mucho porque con nuestras características físicas, somos inconfundibles, así que decidimos salir corriendo”.

Destaca que estuvieron corriendo como una hora o más, pero producto de la desenfrenada carrera, el grupo se dispersó, lo cual ayudó porque lograron esconderse entre los matorrales y no pudieron ser alcanzados por los bandidos.

“Al otro día nos enteramos de que otros grupos que venían detrás de nosotros fueron asaltados y despojados de todas sus pertenencias, pero además, las mujeres fueron violadas, aquello fue muy duro para nosotros. Libramos por muy poco’’.

José Antonio refleja que la idea de abandonar Cuba se introdujo en su cabeza desde 2015. Para ese tiempo pretendía poner un negocio de elaborador de cremas de maní, actividad por cuenta propia que no pudo comenzar, debido a que la materia prima adquirida procedía del mercado negro, esto conllevó a un registro policial en su vivienda, que produjo el decomiso total de todo.

“Me decomisaron 12 sacos de azúcar, entre otras cosas, y estuve detenido por 72 horas, acusado por el delito de receptación, pero por suerte todo terminó con la imposición de una multa de 3000 pesos”, afirmó.

A partir de este momento, José Antonio que pasó a ser “de interés para el jefe de sector”, por lo que decidió enfrascarse en una salida del país, así fuera ilegal.

“En noviembre de ese mismo año me lancé al mar por la zona de playa florida con otras 15 personas en una embarcación rústica, pero desgraciadamente tuvimos que regresar a la orilla luego de avanzar unas millas, porque la embarcación zozobró”, apuntó.

Así dice que lo intentaron una y otra vez, y en uno de esos intentos, donde casi pierde la vida, fue arrestado por los guardacostas cubanos.

“Nos esposaron a todos, e incluso hasta las mujeres, nos sentaron en la cubierta del barco, bajo un sol ardiente, sin darnos agua ni comida, y como protestamos, nos cayeron a golpes”.

Esto, según confiesa, no les sirvió de experiencia, por lo que siguió intentándolo varias veces más, razón por la cual fue encarcelado alrededor de un mes en el centro penitenciario “Cerámica Roja”.

“Aquello fue muy doloroso, porque mientras estuve preso, mi esposa perdió la barriga de mi segundo bebé que se llamaría Lían Jesús, por eso decidí tatuarme su nombre en mi brazo”.

Fue entonces cuando decidió intentarlo por tierra. “No me arrepiento de nada, yo quería alejarme como fuera de ese gobierno, prefiero morir mil veces en la selva, que regresar a Cuba”.

error: Content is protected !!