Había una vez una bodega…¿Se reduce su número en la capital?

 

Hace unos días cortaron la centenaria y frondosa ceiba de 12 y Concepción, en la barriada de Lawton, lo cual tiene asombrados a los vecinos de los alrededores. Una señora de esa cuadra me dijo: “Los que cortaron la ceiba no eran de Diez de Octubre. Trajeron hasta una grúa y lo recogieron todo. Hay quien asegura que les pagaron muy bien, en CUC”.

En esa misma esquina se encuentra la bodega que fue cerrada hace más de tres años porque las raíces de la ceiba levantaron los pisos del portal y del interior. A pesar de las gestiones hechas por Mongo, el antiguo bodeguero, varios vecinos y el delegado del Poder Popular, no se logró talar la “sagrada” planta para detener el deterioro del local. La desidia de las autoridades de Comercio ocasionaron el cierre del establecimiento. Así, los núcleos que compraban en él fueron reubicados en la bodega de 11 y San Francisco, que tampoco escapa al abandono gubernamental.

Ahora, el destino de la bodega de Mongo tiene en ascuas a los vecinos, que tratan de fisgonear cuando ven algún movimiento de personas extrañas en ella, y casi todos coinciden en sus comentarios: “Van a poner un restaurante”, “el local lo compró un cubano-americano”, etc.

A partir de la fusión de ambos comercios, se ha convertido en un suplicio comprar la cuota de racionamiento a principios de cada mes. No solo para el bodeguero, que debe despacharle a 1500 clientes, sino también para las personas (en su mayoría ancianos) que hacen la cola desde horas tempranas, lo que evidencia una triste realidad: la exigua cuota es el único recurso de muchos para saciar el hambre de fin de mes.

María es una de esas ancianas. Siempre hace la cola el primer día y muy temprano. “Si espero para lo último, o los paquetes de café o de sal están rotos, o los espaguetis abiertos, o si no, se acaba el azúcar”, explica.

Amelia, que llegó buscando con quién podía “colarse”, me dice bajito: “Hacer esta cola no es fácil, no hay ni donde protegerse del sol, pero no tengo azúcar, y no la voy a pagar a 8 pesos”.

También la carnicería de Concepción entre 11 y Acosta fue cerrada por peligro de derrumbe, y sus consumidores fueron trasladados para la de San Francisco y 13. Aquí sí se forman las mayores colas, porque han unido tres bodegas.

“No puedo coger el pollo, porque ya el carnicero recogió las libretas que van a despachar hoy”, se queja Julio Alberto, un jubilado de 82 años. Comprende que esto lo hacen para evitar los “colados” y las broncas, que son bastante frecuentes en la carnicería pues todos quieren comprar entre los primeros, porque se acaba el pollo, según dicen los carniceros, por la merma, y para que traigan el faltante luego cuesta trabajo. “Lo que no entiendo”, agrega, “es que cerraron la carnicería porque dicen que estaba en malas condiciones, y ahora unos cuentapropistas la están reparando para poner una cafetería”.

Otra vecina, siempre muy aguda en sus observaciones, reflexiona: “Con ese proceder matan varios pájaros de un tiro. Fíjate: primero, se desentienden de reparar los locales, con lo que se evitan el gasto. Segundo: aparentan resolver el problema de la escasez de vivienda (una solución real sería entregarles a esas personas algunas de las tantas casas que ellos tienen vacías a su disposición). Y tercero, pero no menos importante: la población se ve obligada a hacer largas colas, que durante unos añitos habíamos evitado. Esto crea un estado de ánimo imprescindible para mantenerse en el poder”.

Y tras esa revelación, se echa al hombro los mandados del mes, se despide, y se marcha pensativa.

 |  Gladys Linares  |  2 comment count
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